13 de noviembre de 2010

Es mejor comerlas así

Déjese manipular. Dejé que algo rico le mueva  las mandíbulas. Algo, que ha simple vista le despierte el apetito y, le deje perplejo su estomago. Las encontramos con diferentes diámetros, diferentes grosores, diferentes sabores. Hay redonditas, deformes y cuadradas, en lo personal me gustan las cuadradas y con variedad de ingredientes. Exquisitas, sabrosas y ricas. Es típico tropezarse todos los días, con algún chalet o una pupusería, ya sea formal o informal. Pero siempre habrá algún lugar donde degustarlas, donde devorarlas. Hablo de las pupusas, ricas, variables, sabrosas, calientes, tostadas, heladas, con el queso de afuera, pero el sabor sigue siendo el mismo, exquisitas. Tienen que estar acompañadas de su compañero de guerra, de su mano derecha, de su hermano, el curtido y la salsa de tomate, sin estos dos ingredientes no es lo mismo. Queso, loroco, chicharrón, ayote, cochinitos, pescado y, hasta de pollo. No hay salvadoreño que no las haya comido, no hay barrio, colonia, residencial, donde no exista alguna pupusería, están en cada cuadra. Viernes, sábado y domingo, se convierten popularmente en la comida de nuestras familias salvadoreñas. Existe en nuestro terruño, un municipio famoso por sus pupusas de arroz. La plataforma típica de las pupusas es la masa de maíz y sus hermanos los frijoles. Nacieron en El Salvador, las queremos, las tenemos, las comemos y nos gustan, aunque nos las quieran quitar, son tan salvadoreñas, y me gusta comérmelas casi todos los días. Al salir del país no faltan en el equipaje. Ya  fuera del país, es típico encontrarse con  rótulos que dictan “pupusería salvadoreña” la palabra salvadoreña es sagrada y le da el sabor a las pupusas. Algunas personas, pierden la forma natural con la qué se sulen comer, las comen con tenedor. Sin imaginarse que los dedos le dan un gusto y sabor diferente, más rico, más natural. Por esa razón, vamos a comer pupusas, ¡vamos! disfrútemolas, querámoslas y respetémoslas, en este día internacional de las pupusas, ¡vamos a comer!

21 de octubre de 2010

9 de octubre de 2010

Nobel

Seria bonito tener un Nobel en la juguetera de la sala. Lo pondría en medio del televisor y del equipo de sonido. Quizás, se llenaría de polvo y me tocara limpiarlo con algún amito, el más blanco que tenga. Tendré que comprar el amito primero, antes de ganarme el Nobel. Quiero ganarme el Nobel y cambiarlo por un Grammy, o un Oscars. No,  mejor lo empeñare para poder comprar las tortillas de hoy. Ya me lo imagino en la juguetera, tieso como un maniquí. Sólo viéndome pasara, quizás se burlara de mi. No importa. Aunque tiene que ser diferente al de García Marques y al de Vargas Llosa. ¿Por qué a Salarrué no le dieron uno? Injusticia, se lo merecía. Pero el Nobel que yo me imagine, lo harán de arcilla y lo quemaran en el horno en el que mi tía cocina el pan. Aunque lo prefiero de mármol Sueco. Combinaría mejor con la cerámica de mi casa. Ya tengo el espacio inerte donde lo pondré, pero les cuento que no me gusta. La juguetera nunca me ha gustado. Se vería mejor en la librera de mi cuarto-estudio. Combinara bien con el repertorio de libros usados que me han regalado. Sí, allí lo pondré. Aunque tenga que deshacerme de algunos libros de historia. Pero le hará compañía a los “cuentos de barro” de Salarrué, ya no estarán solos, ni los cuentos; ni el barro.  Ya minimicé ese espacio idóneo, un bosquejo de 10 X 10 cm. Creo que cabe, tiene que caber. Ya todo está listo, ya prepare el protocolo para esa glamorosa fiesta. Ya soliloquie el discurso que voy a leer. Bueno, no lo leeré; lo gritare hasta reventarle los tímpanos a todos los que no lleguen. Sólo a los que no lleguen. Ahora, tengo que terminar una de las novelas con la que,  posiblemente me lo gane. Cien años de felicidad, o La ciudad sin los perros.

Sí, a Salarrué se lo negaron. Escriba ustéd, talvez usté se lo gana. Pero, felicidades a todos los que ya lo tienen. Y sigo pensando qué, seria bonito tener uno en la juguetera de la sala.